|

Tesoros perdidos

En 2017, mientras denunciaba la desaparición de su hijo en la estación de la policía investigadora, Irma Arellanes Hernández conoció a otras madres que atravesaban la misma desgarradora situación. Unidas por su dolor compartido, decidieron organizarse y comenzar a buscar por su cuenta. Desde entonces, a través de su colectivo Tesoros Perdidos, han descubierto aproximadamente 190 cuerpos de personas desaparecidas en fosas clandestinas en las afueras de Mazatlán.

Mazatlán, ubicado en la costa del Pacífico en el estado de Sinaloa, al norte de México, ha sido durante mucho tiempo un bastión del infame Cártel de Sinaloa, una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo. Para muchos jóvenes, unirse al cártel parece una forma de asegurar su futuro, a pesar de los riesgos de violencia, asesinato y desaparición. Sin embargo, muchas de las víctimas de desaparición no tienen ninguna relación con el crimen.

Esta es la sombría realidad que enfrenta el colectivo de madres que buscan a sus hijos. Para ellas, sus hijos pueden haber pagado un precio, pero creen que no deberían tener que cargar con el costo de nunca poder enterrar los cuerpos de sus hijos. Así, estas madres, armadas con picos, palas y tamices, recorren la naturaleza en busca de los restos de sus hijos, enterrados en fosas clandestinas.

El término “desaparecido” oculta convenientemente las cifras del crimen: ni vivos ni muertos. En México, actualmente hay alrededor de 110,000 personas desaparecidas, y un número incalculable de familias pierde la esperanza cada día de encontrar los cuerpos de sus seres queridos.