Autorretrato. Fotografías de archivo intervenidas manualmente. Esta obra parte del formato clásico de la fotografía antropométrica —registro de frente y perfil—, una herramienta desarrollada en el siglo XIX por la antropología física y la criminología para clasificar, controlar y racializar cuerpos. En el contexto latinoamericano, estos dispositivos visuales se utilizaron para reforzar jerarquías coloniales, legitimar teorías eugenésicas y fijar la diferencia indígena como signo de atraso o desviación. Al reinscribir mi propio cuerpo en esta estructura visual, no busco reproducir su función original, sino interrumpirla. La elección de un fondo rosa, el peinado punk y la mezcla entre indumentaria tradicional y estética contemporánea configuran una identidad ch’ixi que se fuga de las taxonomías coloniales. La tonalidad rosa introduce un código queer que fractura la masculinidad rígida y militarizada que el archivo fotográfico histórico imponía sobre los sujetos indígenas, abriendo paso a una performatividad que se reconoce tanto en mi linaje ancestral como en la disidencia sexo-generica.
Retrato con mi madre en su habitación, una relectura contemporánea de la Pietà de Miguel Ángel. Como hijo indígena Pasto y queer, me entrego a su abrazo, transformando el gesto religioso en una iconografía del cuidado y la resistencia. Entre el crucifijo y la Biblia, confronto la colonialidad de género, concepto desarrollado por la filósofa argentina María Lugones para explicar cómo el colonialismo no solo impuso jerarquías raciales, sino que también instauró un sistema binario y jerárquico de género que degradó y deshumanizó a los pueblos indígenas, borrando la diversidad sexual y de género preexistente. Este acto fotográfico desobedece esas imposiciones y reivindica la ternura como fuerza política: un territorio desde el cual retorno a mi madre como quien regresa a la tierra, a la memoria de mis ancestras y a la posibilidad de renacer.
Fotografía performativa autobiográfica que reconstruye una memoria de infancia atravesada por la vigilancia de la masculinidad hegemónica. En una habitación doméstica, mi cuerpo —vestido con un traje azul satinado y tacones rojos— se eleva sobre un armario, mientras en el televisor aparece un fragmento de America’s Next Top Model, programa que secretamente consumía en mi niñez. Este gesto performativo encarna la clandestinidad con la que exploraba afectos, deseos y prácticas prohibidas por los códigos de género dominantes. La escena es a la vez refugio y denuncia: un territorio de imaginación política donde la memoria queer emerge desde la resistencia íntima, reclamando visibilidad y reescribiendo el archivo personal frente a la narrativa cis-heteronormativa.
Fotografía intervenida de una carta recuperada y escrita en la adolescencia, el 16 de abril de 2014, proyectada sobre la pared como vestigio de un archivo íntimo y clandestino. Bajo la luz dirigida, la hoja manuscrita revela un estado de vulnerabilidad extrema atravesado por la sensación de no pertenencia. Al exhibir públicamente este fragmento, la obra subvierte el destino privado de la carta y la convierte en testimonio político, denunciando las violencias simbólicas que obligan a vivir en la autocensura y el silenciamiento.
Fotografía intervenida a partir de un archivo familiar. En la escena original, tomada en el patio de nuestra casa familiar en Ipiales, Nariño, mi madre aparece de pie, mientras yo ocupaba un lugar que decidí recortar en mi niñez, en un acto temprano de auto-borramiento. Este gesto respondía a una vivencia marcada por la homofobia y una vida que no solo creía inviable, sino imposible a largo plazo. En el presente, al incorporar mi huella dactilar sobre el vacío, afirmo una existencia que durante mucho tiempo me fue negada incluso en la imaginación. La pieza dialoga con nociones de archivo y contraarchivo: transforma una fotografía doméstica en territorio de reparación, donde el vínculo materno y el reconocimiento propio se entrelazan para resistir las violencias que intentaron anularme.
Intervención con fotografía de archivo. Cuando era niño, en esta foto del archivo familiar, borré la presencia de mis primos. Lo hice sin saber qué hacía —un gesto inconsciente—, dejando solo mi figura y un vacío que hablaba de soledad, de un cuerpo intentando existir sin certezas. En el presente, proyecto sobre ese vacío un arcoíris reflejado desde un DVD. No es un vestigio del pasado, sino una luz que reconoce lo que ya habitaba en mí: una diversidad silenciosa, contenida, que entonces no tenía palabras. Los colores se derraman como el abrazo de un puercoespín. Ese gesto resuena con lo que V. Jo Hsu llama homing en Constellating Home: Trans and Queer Asian American Rhetorics: narrar para encontrar pertenencia, no en el lugar que me fue negado, sino en el lenguaje que construyo desde el borramiento. No es una respuesta a la pregunta que me persigue, pero sí un modo de sostenerla: ¿cómo proteger la diversidad sexo-generica de las infancias sin considerarlas como una amenaza, así como el abrazo de un puercoespín?
Autorretrato en la Cascada de La Descomulgada, en Ipiales, Nariño, un sitio sagrado para el Pueblo Indígena Pasto. En nuestra cosmovisión, el tiempo es espiral: no es lineal sino circular; tiene un principio, pero no hay un fin; retornando siempre al origen. Este devenir constante supera la identidad fija impuesta por la colonialidad del género: nadie es solo hombre o solo mujer, ni humano frente a animal, sino una mixtura móvil de potencias vitales. En esta fotografía, utilizo un camuflaje no solo como estrategia militar, sino también como una puesta en escena que oculta para proteger. En los años más represivos, muchas personas de la comunidad LGBTIQ+ han tenido que camuflarse en la cisheteronormatividad: usar ropas, gestos o narrativas que no delaten su diferencia. En ese sentido, el ocultamiento no siempre es elección, sino imposición del miedo, la exclusión o la patologización.
Fotografía intervenida de archivo familiar montada sobre una página de doctrina militar colombiana de 2017. La imagen original, tomada en mi infancia, registra un cuerpo que iba modulando su postura hacia la rigidez: hombros atrás, barbilla en alto, estómago duro. Esa disposición corporal coincidía con una de las más conocidas dentro del Ejército Nacional de Colombia: la llamada “posición de firmes”, emblema de obediencia y disciplina. En este gesto visual confronto no solo la disciplina militarizada de los cuerpos, sino también lo que la escritora estadounidense Adrienne Rich llamó heterosexualidad obligatoria: una institución política que impone la norma heterosexual como destino natural y único. Al intervenir la imagen infantil con escarcha y situarla frente a la masa uniforme de soldados, desobedezco esa pedagogía de obediencia que buscaba domesticar mi deseo y mi sensibilidad. En lugar de someterme a la rigidez de lo impuesto, reclamo la posibilidad de habitar una infancia y una adultez que se fugan de esas coreografías normativas, donde el brillo y la diferencia se convierten en mi estrategia de resistencia.
Autorretrato acostado en el césped, cubierto por la sombra de un árbol, con la mirada fija hacia el horizonte.
Fotografía de archivo personal intervenido con cloro y colocado sobre tierra, gesto que evoca la erosión del archivo y la necesidad de reposicionarlo desde los afectos y la memoria. El cloro no solo destruye, también abre una grieta donde lo impuesto deja de hablar por mí y emerge una fisura liberadora: aparece la posibilidad de habitarnos desde la disidencia, de intervenir nuestra historia sin aspirar a la pureza sino a la contaminación y a la permeabilidad.
De niño y adolescente sufrí un acoso constante por no ajustarme a las expresiones binarias del género, por mis aptitudes y por mis delicadas poses de niño cisne. Esa violencia afectó mi bienestar emocional y psicológico, y me llevó a desarrollar ideaciones suicidas a una edad muy temprana. Cero Plumas nace como una respuesta a ese trauma y herida: es un acto de reparación y un intento de reescribir mi historia desde la disidencia, el afecto y la memoria.
La obra se despliega a partir de intervenciones de mi archivo familiar, de la relectura de dispositivos de poder como el archivo colonial y militar, y de escenificaciones de recuerdos inexactos de la infancia y la adolescencia. En este gesto, el cuerpo mismo se vuelve archivo vivo: reencarna lo que fue borrado, reactiva memorias que parecían imposibles y abre un espacio donde lo personal deviene político.
Teóricamente, el proyecto dialoga con conceptos como la colonialidad del género planteada por la filosofa Argentina María Lugones, mostrando cómo el colonialismo impuso un régimen binario y jerárquico que borró la pluralidad sexo-genérica de los pueblos indígenas. También se enlaza con la noción de desidentificación del crítico cultural José Esteban Muñoz, entendida como la fuga de las categorías identitarias fijas y el gesto de subvertir etiquetas para habitar intersticios imposibles. En la misma línea, encuentro resonancia en lo ch’ixi, formulado por la pensadora andina Silvia Rivera Cusicanqui: la coexistencia de elementos contradictorios que conviven sin fundirse, y que rehúsa toda síntesis limpia. No busco pureza, sino la potencia de la contaminación, donde los lenguajes queer e indígenas se entretejen sin jerarquías.
La plumofobia —violencia contra la expresión afeminada en hombres— constituye un eje central. Nombrar el proyecto Cero Plumas es ironizar sobre la demanda disciplinaria de “no tener pluma”: exponerla, subvertirla y devolverle su poder como símbolo de diferencia. Este gesto se cruza con la crítica de la escritora Adrienne Rich a la heterosexualidad obligatoria, visibilizando cómo la norma hetero-cis ha domesticado infancias y cuerpos, confinándolos a la obediencia. Frente a ello, mis intervenciones reclaman el derecho a habitar lo ambiguo, a reapropiar estéticas normativas para desarmarlas desde adentro.