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Cero plumas

De niño y adolescente sufrí un acoso constante por no ajustarme a las expresiones binarias del género, por mis aptitudes y por mis delicadas poses de niño cisne. Esa violencia afectó mi bienestar emocional y psicológico, y me llevó a desarrollar ideaciones suicidas a una edad muy temprana. Cero Plumas nace como una respuesta a ese trauma y herida: es un acto de reparación y un intento de reescribir mi historia desde la disidencia, el afecto y la memoria.

La obra se despliega a partir de intervenciones de mi archivo familiar, de la relectura de dispositivos de poder como el archivo colonial y militar, y de escenificaciones de recuerdos inexactos de la infancia y la adolescencia. En este gesto, el cuerpo mismo se vuelve archivo vivo: reencarna lo que fue borrado, reactiva memorias que parecían imposibles y abre un espacio donde lo personal deviene político.

Teóricamente, el proyecto dialoga con conceptos como la colonialidad del género planteada por la filosofa Argentina María Lugones, mostrando cómo el colonialismo impuso un régimen binario y jerárquico que borró la pluralidad sexo-genérica de los pueblos indígenas. También se enlaza con la noción de desidentificación del crítico cultural José Esteban Muñoz, entendida como la fuga de las categorías identitarias fijas y el gesto de subvertir etiquetas para habitar intersticios imposibles. En la misma línea, encuentro resonancia en lo ch’ixi, formulado por la pensadora andina Silvia Rivera Cusicanqui: la coexistencia de elementos contradictorios que conviven sin fundirse, y que rehúsa toda síntesis limpia. No busco pureza, sino la potencia de la contaminación, donde los lenguajes queer e indígenas se entretejen sin jerarquías.

La plumofobia —violencia contra la expresión afeminada en hombres— constituye un eje central. Nombrar el proyecto Cero Plumas es ironizar sobre la demanda disciplinaria de “no tener pluma”: exponerla, subvertirla y devolverle su poder como símbolo de diferencia. Este gesto se cruza con la crítica de la escritora Adrienne Rich a la heterosexualidad obligatoria, visibilizando cómo la norma hetero-cis ha domesticado infancias y cuerpos, confinándolos a la obediencia. Frente a ello, mis intervenciones reclaman el derecho a habitar lo ambiguo, a reapropiar estéticas normativas para desarmarlas desde adentro.