Un prototipo de abeja francesa donado en 1890 a la Universidad de Buenos Aires, que hoy se conserva entre los objetos almacenados en la sección de apicultura de la facultad. Las abejas africanizadas llegaron a América Latina a mediados del siglo XX. Hasta entonces, los planes de estudio de biología en Argentina estaban fuertemente influenciados por el modelo educativo francés.
Una colmena silvestre de Apis mellifera en el tronco de un árbol. Las comunidades wichí son tradicionalmente cazadoras-recolectoras, y uno de los recursos que obtienen es la miel de abejas nativas o, como en este caso, de abejas “criollas” o silvestres. Las colmenas suelen encontrarse en el interior de troncos de árboles vivos y, una vez extraída la miel, las abejas se reorganizan para reconstruirla.
Rosa Ceballos es la primera mujer en dedicarse a la apicultura en la región de El Espinillo, en Chaco. En estas comunidades, la apicultura ha sido tradicionalmente una actividad masculina, al igual que la gestión de la economía local. Hace una década, Rosa desafió esas normas y comenzó a trabajar con sus propias colmenas, convirtiéndose en un ejemplo e inspiración para otras mujeres en busca de autonomía económica.
Una de las muchas colmenas de Luchy Romero, del pueblo de El Sauzalito. Luchy es uno de los líderes de la cooperativa apícola de Sauzalito, una pequeña localidad situada a 250 km del camino pavimentado más cercano. “Si no son apicultores, talan el monte para vender la madera o se mudan a la ciudad. A través de la apicultura obtienen recursos que de otro modo no tendrían”, explica.
Allí, 63 familias han encontrado en la producción de miel orgánica una forma sostenible de salir de la pobreza y, al mismo tiempo, preservar el bosque. “Donde hay apicultores no se tala ningún árbol, porque entienden el papel vital de los árboles: sin árboles no hay flores; sin flores, no hay néctar que sustente a las abejas.”
Esteban Cabrera, pastor, apicultor y qomleec de la comunidad “El Algarrobal”, cosechando una colmena de abejas nativas conocidas como “Corta Pelo”, nombre que reciben por su hábito de morder el cabello cuando se sienten amenazadas. En las tradiciones Qom y Wichí, la recolección de miel en el monte es una práctica ancestral, generalmente destinada al consumo personal. Ya sea de abejas silvestres o nativas, la cosecha suele ser una actividad comunitaria, arraigada en el conocimiento compartido y en la conexión con la tierra.
Las meliponas son abejas nativas sin aguijón, presentes en diversas especies que, en su mayoría, construyen sus colmenas dentro de árboles vivos. Una de las más conocidas en la región es la «rubiecita», llamada así por su tono claro. Aunque su producción es modesta, alrededor de 1 kg de miel al año, su valor cultural es inmenso. Para muchas comunidades indígenas, estas abejas no solo representan una fuente de dulzura natural, sino también un recurso medicinal ancestral, profundamente integrado en sus prácticas tradicionales.
Argentina exporta casi toda su producción de miel, ya que su consumo y uso dentro del país se limita principalmente a endulzante o remedio. En las comunidades indígenas, la miel se utiliza tanto como alimento dulce como medicina, con aplicaciones que van desde su uso como antibiótico hasta el tratamiento de enfermedades oculares.
Elga Ruiz y su familia viven en el paraje del Espinillo, en una pequeña casa humilde a km adentro de cualquier camino de tierra. Toda la familia trabaja con la apicultura. Mientras no se cosecha la familia arma cajones y marcos para los próximos meses. Aca su hijo Ivan con un cuadro en su cabeza.
El color de la miel está determinado por el polen que las abejas recolectan. Las mieles del Chaco, provenientes de los bosques secos del noroeste argentino, suelen ser más oscuras. Argentina se ubica como el tercer mayor exportador de miel a nivel mundial, teniendo a Estados Unidos y Europa como sus principales mercados. Cabe destacar que el Chaco argentino es una de las pocas regiones en el mundo donde se produce y certifica miel orgánica para exportación.
“Los desmontes provocan cambio climático, desaparición de especies, inundaciones, sequías, desertificación, enfermedades, desalojos de indígenas y campesinos, y pérdida de alimentos, medicinas y maderas. Estamos ante una evidente emergencia climática y de biodiversidad que debería llevar a que los gobiernos actúen en consecuencia, prohibiendo los desmontes, en lugar de promoverlos“, advirtió Noemí Cruz, coordinadora de la campaña de Bosques de Greenpeace. Según Greenpeace, se deforestaron 103.816 hectáreas (1,3 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires) en el norte del país durante los primeros 10 meses del 2024.
El impenetrable chaqueño, en el norte argentino, es un ecosistema de selva seca amenazado por la deforestación.
Muchas comunidades aisladas han encontrado en la apicultura una alternativa sostenible que no solo genera ingresos, sino que también protege el monte: “Donde hay apicultores, no se corta un solo árbol”, dice Luchy Romero,del Sauzalito. Sin embargo, la reciente modificación de la Ley de Bosques, impulsada por el gobierno del Chaco, podría ampliar la deforestación a más de un millón de hectáreas, afectando la biodiversidad y la producción de miel. “Si el desmonte avanza, las colmenas pierden su fuente de alimento”, advierte el experto Pablo Chapulina.
En un mundo donde la miel artificial inunda el mercado, la miel certificada del Chaco Argentino no solo garantiza trazabilidad, sino que abre el debate sobre el impacto ambiental de la producción de alimentos. Más que un producto, es un acto de resistencia: preserva la biodiversidad, sostiene economías locales y demuestra que es posible producir sin destruir. Comer miel es comer monte.
Esta es una historia de simbiosis: la cooperación entre un ecosistema, sus abejas y sus humanos.