Altares para Estela

Here, at home, we keep on dreaming of returning to spaces where we would be able to play with clouds, earth, light… These are times to return to essentials. Here, between rituals, time is running out. (Propongo: we long to return , que es añoramos volver, …. También propongo : «Time goes by», que es el tiempo pasa mientras » time is running out», significa el tiempo se nos agota) Aquí, en casa, seguimos soñando con volver a espacios donde podamos jugar con las nubes, la tierra, la luz… Son tiempos de volver a lo esencial. Aquí, entre rituales, se nos va el tiempo.

Pensaba en mi madre, quien dio a luz por lo menos tres veces; mujer indígena habitando los llanos y el amazonas antes de la Reforma Constitucional del 91, sin saber leer y escribir, o estar registrada.

Sal para este mal de ojo, fuego para quemar este mandato colonial, plantas para curar mis heridas patriarcales.

Busco en el archivo, una y otra vez, tratando de que el pasado y las pocas memorias que tengo me revelen algo. , una y otra vez, tratando de que el pasado y las pocas memorias que tengo me revelen algo.

Pienso en cada cosa que ha hecho parte de esa historia, de la que quizás nunca logre hablar.

Cuando la ansiedad o el sin sentido me invaden, veo las fotos que nos tomaron, que tomé para pensar una y otra vez en ese instante.

Punto de partida. Tenía 18 años. Solo había visto a mi madre en una foto de carnet que guardaba desde los 4 años y que había perdido a los 16 años; esa foto fue mi madre y la afirmación de su existencia.

Traté de escapar de la tristeza escribiendo, por medio de la fotografía, y después, con el arte, pero algo seguía allí. La muerte de mi madre comenzó a hacer eco; sabía que quizás su ausencia estaba conectada.

Nuestra propia tierra estaba bañada de sangre, la abuela fue golpeada por hablar nuestra lengua, estamos destinados a no pertenecer.

Nunca sentí extrañarla hasta esos tiempos, un día antes de mi primer viaje.

Inventaré rituales, gestos para no encontrar sus vientos, construiré una casa, miraré las plantas crecer.

No estaba bien cuando mi padre se reía de mí porque mi abuela era tal vez una india perdida en la selva con otros indios; o porque mis tíos y abuelos me dijeron que mi madre había matado un perro delante de ellos, que las cicatrices en mis brazos y pecho tal vez las había hecho ella.

Sabía que ser madre sería difícil, pero me sentía violentada por un conjunto de ideas externas que me decían que yo no podía ser madre, que las mujeres como yo, indias y periféricas, no debemos reproducirnos.

Miré a la luna y vi su figura, vi a mis ancestras, me sentí protegida, me sentí salvada.

Visité a su mejor amiga caleña y la mujer que creí que sería mi madrina. Ella sacó varias fotos de sus recuerdos: en una me cargaba recién nacida con un vestido rojo (todas esas fotos las perdí, menos esta).

Coleccionar plantas muertas para mamá, hacer un altar, volver a llorar un ratito.

La primera vez que sentí su llamado fue en noviembre del 2009. Yo estaba a punto de cruzar el desierto de Atacama, sentía la muerte y la locura besándome.

Tengo la necesidad de habitar las casas que no me contuvieron.

Su dios pistola trae bombas para no poder volver a esta tierra.

Exiliados, víctimas sin saberlo, nacer en otra tierra. No llevarás armas.

Busco habitar y dejar altares en las aguas y tierras de Estela, mi madre, intervenir el paisaje que ha sido testigo de la pérdida de nuestras identidades y memorias. Estela fue una mujer indígena y trabajadora sexual. La busco en exploraciones rituales, la construcción de archivos y cartografías. Desde los 6 años creía que estaba muerta. A los 18 años, me regalaron varias fotos que no tenía de ella. Tenía solamente una foto de Estela tamaño documento de carnet. Todas las fotografías de mi madre las perdí, menos una que logré escanear en 2007, como si su imagen quisiera desaparecer.

En 2009, soñé con habitar los lugares que ella transitó en vida. En 2014, hice el primer collage de su búsqueda con mi hija Elena. En 2015, llegué a Yopal para no encontrarla y entender que había desaparecido en un territorio atravesado por el conflicto armado. En 2016, viajé a Villavicencio, el lugar donde ella vivió su infancia. En el camino, mi prima me regaló por internet la segunda foto que tengo de mi madre. En 2021, logré habitar Granada en los Llanos y el Amazonas colombiano, lugares en los que viví con mi madre hasta los 4 años y en los que ella encontró a su madre, mi abuela, en San José del Guaviare. Habitar nuestra tierra es tan difícil que solo quedaba no existir para sobrevivir.