El cuerpo está presente, pero la identidad se oculta. Esta imagen marca el inicio, cuando no hay rostro. Solo un cuerpo cubierto frente a la naturaleza, silencioso, casi ritual. Un punto cero desde donde todo puede comenzar.
Lloro piedras frente a un muro de teléfonos antiguos. Es la masculinidad emocional reprimida, el ruido social y el intento de mantener la compostura. Exploro la fragilidad detrás de la apariencia.
Aquí la identidad se vuelve disfraz. Me presento como una figura entre lo cómico y lo incómodo, rompiendo con las expectativas de lo masculino. Una parodia que desarma lo rígido.
Me muestro vulnerable, cercano a lo animal. No miro a la cámara, no hay pose de fuerza. Solo cuerpo. El género se reduce a lo físico, a lo instintivo, sin construcción social aparente.
Me entrego frente al símbolo máximo de lo femenino sagrado. La tensión entre género, religión y erotismo se vuelve evidente. El cuerpo masculino, vulnerable, devoto, está fuera del lugar que se le asignó.
Me transformo en un ícono. Esta imagen juega con los códigos del poder y del género como performance. El cuerpo se convierte en símbolo, en figura construida.
Una imagen casi mitológica. El cuerpo masculino se funde con lo animal y lo sagrado. El halcón sobre mi cabeza es peso y guía. El género aquí se vuelve místico, andrógino, entre la belleza y la amenaza.
Aquí el cuerpo ya no se esconde, se arma. Esta figura es devota y peligrosa, herida y furiosa. El corazón sagrado sobre el pecho arde mientras las armas cruzan mis manos. El género se convierte en resistencia.
Uso el autorretrato fotográfico para mostrar que la masculinidad aparece no como una esencia, sino como una serie de actos, contradicciones y tensiones performativas. Aquí lo masculino se desviste del mandato y se transforma.
A través de estas imágenes me pregunto qué significa «ser hombre», pero también qué pasa cuando ese concepto se rompe, se disfraza, se oculta o se muestra de otra forma.
Utilizo símbolos religiosos, animales, íconos pop y gestos teatrales para hablar de identidad y género desde un lugar incómodo, poético y a veces violento. Hay humor, dolor, ternura y resistencia. Hay cuerpo expuesto, cuerpo armado, cuerpo sagrado, cuerpo en duda.
No hay resolución, solo una serie de preguntas abiertas sobre lo que significa habitar un género cuando ese género deja de ser refugio y se convierte en campo de batalla. ¿Cuánto hay de actuación en lo que llamamos “ser hombre”?