El Tapón del Darién ha sido en la última década una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo por la dificultad del terreno, los grupos armados ilegales que operan allí y la violencia sexual ejercida en muchas de estas personas. Desde la pandemia de 2020, miles de personas arriesgan sus vidas en esta selva inhóspita, de donde muchos nunca logran salir.
Un grupo de migrantes de Haití, Venezuela y Ecuador atraviesan el río lajas blancas en su tercer día de cruce del tapón del Darién en la selva Panameña.
María Arenas, una migrante venezolana se toma unos minutos de descanso después de subir durante varias horas una montaña en el lado colombiano del Tapón del Darién. Su condición médica no es la mejor debido a una taquicardia crónica que padece desde que es niña, por lo que el recorrido de esta migración le toma mucho más tiempo y la pone más en riesgo que al resto de los migrantes porque debe quedarse rezagada de los grupos más grandes.
Un hombre no identificado perteneciente al grupo armado ilegal Autodefensas Gaitanistas de Colombia espera al borde del camino a los migrantes para cobrar el dinero de la extorsión que exigen por mantener el lado colombiano de la selva seguro.
Miles de niños han cruzado el tapón del Darién en la última década, muchos de ellos en condiciones peligrosas por la falta de comida o de acompañamiento de sus familiares, lo que los pone en un riesgo aún mayor.
Mikel, Kayra y su hijo se detienen un momento en medio del camino para tratar de hidratar al bebé sufre los efectos del fuerte calor y la humedad de la selva.
En las diferentes rutas los migrantes pueden ver los cuerpos expuestos de las personas asesinadas o que han muerto por las dificiles condiciones del tereno y la falta de comida, esto suma un peso psicológico al ya complejo momento de atravesar la selva.
Al inicio de la ruta las familias migrantes intentan cargar la mayor cantidad de pertenencias posibles, pensando que pueden serles útiles en el resto de la ruta, sin embargo, en las complejas condiciones del terreno empiezan a abandonar la ropa mojada y lo que solo les añade pesos a su equipaje, haciéndolos más lentos y poniéndolos en riesgo ante un ataque de algún grupo armado.
Muchas de las familias migrantes, como la del ecuatoriano Brayan Tigre, eligen migrar con niños o con adultos mayores que no tienen la preparación física para un recorrido de varios días. Para los padres de los menores una de las responsabilidades más importantes es mantener el ánimo de sus hijos en el trayecto.
Los menores no acompañados, como Justin de sólo 9 años, enfrentan la selva siguiendo a los demás migrantes sin saber a donde van o cómo cruzar, por lo que algunos se devuelven a Acandí en Colombia, el último lugar que conocen. Ese es el caso de Justin, cuyos padres fueron detenidos por el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá en el inicio del recorrido en ese país, por lo que Justin decidió seguir el camino de vuelta para llegar a Acandí, donde lo esperaban sus tíos, también migrantes.
El Tapón del Darién ha sido en la última década una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo por la dificultad del terreno, los grupos armados ilegales que operan allí y la violencia sexual ejercida en muchas de estas personas. Desde la pandemia de 2020, miles de personas arriesgan sus vidas en esta selva inhóspita, de donde muchos nunca logran salir.