| |

La Ultima Frontera

De la mano de su padre, Julio, de 11 años, llega al norte de Chile tras completar una travesía arriesgada que arrancó en Venezuela y le llevó por cinco países de Sudamérica. Está cansado y asustado, como cientos de venezolanos que cruzan a diario la frontera en busca de refugio.

«Yo lo que quiero es ver a mi mamá y llegar ya», dice tímido Julio, que acaba de cruzar a Chile junto a su padre en Colchane, en la frontera con Bolivia, en pleno altiplano.
Por delante tienen el desierto de Atacama. Más de 100.000 kilómetros cuadrados de suelo árido, una tierra yerma de 1.600 km de largo y hasta 180 km de ancho.

La historia de Julio es la de cientos de pequeños que duermen a la intemperie en terminales de buses o en rutas sin fin entre Antofagasta, Colchane, Iquique y Arica, constataron periodistas de la AFP en un gran recorrido por la región.

Chile es el tercer destino de la región de los 5,5 millones de personas que han partido de Venezuela, sumida en la mayor crisis política y económica de su historia moderna, el segundo éxodo actual más importante del mundo después del sirio. El país ha recibido a 460.000 venezolanos, una cifra solo superada por Colombia y Perú, con 1,8 y 1,1 millones respectivamente, según ACNUR.
El 25 de septiembre un grupo de chilenos en Iquique protestaron contra migrantes venezolanos instalados en el espacio público y quemaron su ropa, juguetes, cobijas y tiendas de campaña donadas por organizaciones locales y vecinos.

«Hechos de esta naturaleza no surgen por generación espontánea, sino que se los alimenta con el discurso que asimila migración a delincuencia, criminalizando a los migrantes a ojos de la población local», advierte el relator especial de la ONU sobre los derechos humanos de los migrantes, Felipe González Morales.

«Pero por unos pocos dañados no van a juzgar a todo un país», dice Jenny Pantoja, de 34 años, quien espera una ayuda que le prometió un grupo de vecinos en Iquique para viajar a Santiago con sus cinco hijos, un nieto, el padre de los niños y un yerno.

En Arica, límite con Perú, el mayor de Carabineros Patricio Aguayo explica en un patrullaje fronterizo que buscan interceptar traficantes de personas, y que su misión es resguardar a los migrantes y darles apoyo.
Cae la noche y la patrulla detecta a un grupo de siete venezolanos. Bajo los focos del vehículo quedan paralizados, se abrazan, muestran pánico, mientras Aliegnis, de 10 años se aferra a su mamá, rompe en llanto y suplica para que la dejen entrar a Chile.