Cuando Vladimir Putin declaró el inicio de la operación especial contra Ucrania, pocos de los que estábamos allí creíamos que nos enfrentábamos a una guerra a gran escala. Los que llevamos cubriendo el conflicto desde 2014 habíamos visto una arrogancia similar, pero como mucho esperábamos más combates en el lado del Donbass. Sin embargo, no me equivoqué en una cosa: al juzgar la determinación y el coraje del pueblo ucraniano o la respuesta de sus fuerzas armadas. Tampoco me sorprendió la falta de principios del ejército ruso y sus ataques a la población civil. Afganistán, Chechenia o Siria son buenos ejemplos de ello. «Mariposas negras» es el nombre que dan los soldados a las cenizas que salen de las casas incendiadas durante las batallas. En mis más de diez años como fotógrafo de conflictos, sólo en Siria he visto tantos ataques, y tan generalizados, contra zonas residenciales, hospitales y objetivos civiles. Esta estrategia está diseñada para masacrar y desplazar a los ciudadanos y minar su moral, y forma parte de un plan de limpieza étnica expresado abiertamente por políticos y periodistas rusos.