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Miramar puerto de retorno

Desde el puerto panameño de Miramar, embarcaciones abiertas transportan todas las mañanas a adultos venezolanos y varios niños de regreso a su país. Su plan de llegar a Estados Unidos quedó truncado por las restricciones migratorias impuestas durante el gobierno de Donald Trump.

Miramar, un diminuto poblado costero de apenas unos 200 habitantes en la provincia de Colón, emerge como un enclave cargado de tensión y esperanza frustrada. Los retornados, en su mayoría migrantes venezolanos, deambulan entre calles y casas deterioradas. “Según Trump, todos somos miembros de pandillas”, comentó Franchesca Díaz, de 19 años, quien aguarda en Panamá hasta reunir el dinero necesario para volver. Una estructura rosada en ruinas se ha convertido en refugio: un espacio temporal donde personas duermen sobre cartones, separadas solo por cortinas raídas, mientras el oleaje del Caribe golpea la costa.

Los migrantes enfrentan nuevos obstáculos: la vía marítima hacia Colombia es sumamente cara. El costo de un lugar en la lancha ronda los 260 dólares, cifra que pocos pueden pagar. Así, el sueño de avanzar hacia el norte se detiene y comienza, a contracorriente, el difícil camino de vuelta.