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Paisajes inventados

En las décadas de 1950 y 1960, el Instituto Nacional de Colonización puso en marcha un proyecto para transformar la Galicia rural en un modelo de producción agrícola intensiva. En Terra Chá se construyeron pueblos como Matodoso, Arneiro, Pumar y A Espiñeira, diseñados por el arquitecto gallego Alejandro de la Sota, aunque los conceptos urbanísticos y arquitectónicos seguían patrones ajenos a la región.

Estos asentamientos formaban parte de un experimento para repoblar la Galicia rural. Sin embargo, el diseño se ajustaba a modelos pensados para las regiones secas y cálidas del sur de España. Las casas, de una sola planta y con tejados de poca inclinación, no eran adecuadas para el clima húmedo de Galicia. Los materiales y las formas, arraigados en el modernismo funcionalista, estaban diseñados para los veranos calurosos del sur de España, no para la lluvia constante y el frío del norte.

De la Sota, uno de los arquitectos más renombrados de España, utilizó una estética racionalista con líneas limpias y formas geométricas, pero no tuvo en cuenta el clima único de Galicia. Las casas, uniformes y carentes de características tradicionales gallegas como los hórreos o los gruesos muros de piedra para proteger de la humedad, se construyeron con paredes delgadas y techos bajos, lo que rápidamente puso de manifiesto sus defectos estructurales al exponerse a la lluvia constante.

El trazado urbano, basado en la eficiencia, presentaba calles organizadas, plazas centrales y una distribución estandarizada. Sin embargo, el diseño no logró integrarse con el paisaje natural de Galicia. Las aldeas impusieron un paisaje artificial que, décadas después, sigue chocando con el entorno rural.Los colonos, muchos de ellos desplazados por la construcción de presas como la de Glandas de Salime, se encontraron en un entorno completamente ajeno. La tierra era de mala calidad agrícola y el proyecto no cumplió las promesas del régimen. Los edificios, que en su día fueron símbolos de progreso, pronto comenzaron a deteriorarse, dejando pueblos que nunca cumplieron las expectativas.

Con el tiempo, los pueblos de Terra Chá se han convertido en testimonio de un experimento fallido. La arquitectura, ajena al paisaje y al clima, marca la memoria colectiva de los colonos y sus descendientes. Lo que en su día se presentó como símbolo de modernización, ahora aparece como una arquitectura ajena que nunca se integró con su entorno ni con su gente, un paisaje inventado.