Retaguardia
Algunas de las imágenes más impactantes de los siglos XX y XXI surgieron del choque entre la mirada y la alteridad, en ese espacio intersticial de encuentro entre el fotógrafo y las comunidades que habitan los márgenes. Retaguardia forma parte de esa tradición más underground, estableciendo un puente estilístico con el trabajo de otros fotógrafos como Bruce Davidson y Mary Ellen Mark. Al igual que ellos, el autor se pregunta: ¿qué significa habitar una subcultura? ¿Cómo se forjan las identidades en los límites de la norma?
Retaguardia es un proyecto fotográfico que habita en los márgenes de la sociedad de masas, en la periferia de lo normativo, en su penumbra. Lejos del dogma y la convención, despliega un retrato de la juventud pospandémica identificada con la contracultura que rodea a la música y la estética punk: un mosaico de rostros y expresiones que se buscan en el espejo del pasado para dar forma a su presente. A partir de ahí, el autor teje un diálogo entre épocas y generaciones.
Este ejercicio de memoria y exploración se convierte en un testimonio, un acto de resistencia contra el olvido. Por un lado, el autor revisita su propia memoria, hace tres décadas, cuando atravesó estos mismos espacios de transgresión y pertenencia. Por otro, se sumerge en el presente, donde las nuevas generaciones reescriben la historia, adoptando los dilemas del ayer y enfrentándose a los suyos propios. Jóvenes que llevan la nostalgia como una segunda piel, que bailan al ritmo de sonidos heredados, reconstruyendo con su propio pulso la estética y los ideales de tiempos que aún resuenan en sus cuerpos.
A través del retrato, el artista no solo documenta, sino que también cuestiona. Explora la identidad como una constelación de signos y gestos, la necesidad de pertenencia como un impulso inquebrantable y la transversalidad social como un territorio en disputa. Su cámara no es un mero observador, sino un cómplice activo de quienes encuentran su lugar en lo diferente. La mirada —del artista, del sujeto y del espectador— se despliega como un recurso narrativo, un puente temporal que conecta generaciones. Actúa como esa zona de contacto que nos llama desde el pasado y busca respuestas en el presente. De este modo, el intercambio de miradas activa el diálogo entre el observador y el observado, involucrándonos emocionalmente, difuminando las fronteras entre el tiempo y el espacio, el sujeto y el espectador.