Amelia en el comedor de su casa, con un cuadro a sus espaldas que muestra a una mujer pelando papas. Ese espacio ha sido el punto de encuentro de las más de treinta personas a las que ha cuidado, donde compartieron los alimentos que ella preparó durante años. Esta fotografía encierra, sin embargo, el anhelo de un futuro distinto.
Amelia está en el patio de su casa en Bogotá, con los brazos alrededor de las prendas que la acompañan cada día: un delantal y un saco. Estas ropas, gastadas por los años, son testigos silenciosos de los trabajos de cuidado que parecen no tener fin, y que ella continúa realizando incluso en la vejez.
Fotografía de la mamá de Amelia (Izquierda), fotografía de Amelia (centro), fotografía de hija de Amelia (derecha). Los trabajos de cuidado y los roles de género son cargas que se heredan. Pasan de una mujer a otra en la familia. La luz que atraviesa las tres fotografías representa ese hilo casi imposible de romper.
Amelia a contra luz en una de las ventadas de su casa en Bogotá. El trabajo de las mujeres cuidadoras, especialmente de la tercera edad, queda muchas veces en la sombra. Su reconocimiento es una deuda histórica.
Amelia sentada frente a el espejo de su habitación en Bogotá mirando las fotografías de algunas de las personas de su familia a las que ha cuidado. Las mujeres cuidadoras sufren graves impactos a su salud mental y física por los trabajos de cuidado. En muchas ocaciones sus identidades y sus proyectos de vida quedan desdibujados entre la vida de quienes han sostenido y criado.
Mano de Amelia sosteniendo una de las rosas de su jardín en Bogotá. La flor refleja la vida de muchas mujeres cuidadoras: cuerpos atravesados por el desgaste, pero aún llenos de dignidad. En su gesto aparece también la pregunta que atraviesa esta historia: ¿quién cuida a las cuidadoras? Hoy, Amelia empieza a descubrir que cuidarse a sí misma también es un acto de resistencia.
Amelia sentada en la cama de una de las habitaciones de su casa en Bogotá siendo abrazada por uno de sus hijos. La escena invierte los roles de toda una vida: la madre que cuidó, ahora es cuidada. Este gesto revela tanto la fragilidad como la esperanza de un futuro donde el cuidado sea un acto compartido y no una carga exclusiva de las mujeres. También habla de la la urgencia de reconocer que las mujeres cuidadoras también necesitan sostén, compañía y descanso.
Sobre el cuerpo de Amelia Barrera se proyecta la imagen de su lugar de nacimiento en su habitación en Bogotá. Después de décadas dedicadas al cuidado, anhela regresar a su tierra, al origen que guarda sus recuerdos de niñez y sus raíces. Ese anhelo de volver se convierte también en una forma de imaginar la libertad.
Frase escrita por Amelia en la libreta de su nieta, acompañada por la fotografía de algunos de los canarios que cuidó años atrás. Su deseo de convertirse en un pájaro para volar habla del anhelo de ser dueña de su vida, de salir de la jaula construida por los mandatos sociales que le hicieron creer que debía dedicarla únicamente a servir a los demás.
Amelia, en el garaje de su casa en Bogotá, sostiene a su único pájaro. Tras una vida dedicada al cuidado, su sueño de volar no es solo nostalgia: es también metáfora de autonomía y resistencia. En este pájaro deposita la esperanza de un viaje que empieza por ser cuidada y por aprender a cuidarse a sí misma.
Amelia Barrera Lara (87),ha dedicado más de la mitad de su vida al cuidado: primero como hija y hermana, luego como esposa, madre, abuela y bisabuela. Ha criado a más de 30 personas . “Las mujeres no necesitan estudiar; lo que necesitan es aprender a planchar, lavar y cocinar para atender al esposo y a los hijos”, le repetía su padre mientras crecía. Hoy, con las cicatrices que una vida entera de servicio dejó en su cuerpo y en su mente, Amelia empieza a descubrir cómo cuidarse a sí misma, sin tener a la culpa como compañera. Pero surge la pregunta: ¿quién cuida a las cuidadoras?
Esta serie es sobre mi abuela. Se adentra en la intimidad de las mujeres cuidadoras, explorando cómo la crianza, el servicio y los múltiples trabajos de cuidado impactan su salud mental, física y sus propios proyectos de vida. Reconoce el peso de los roles de género impuestos históricamente sobre sus cuerpos y sus existencias, pero también, como una apuesta política, pone el foco en sus resistencias cotidianas. Celebra su agencia como ese lugar desde donde desafían lo establecido y se atreven a seguir soñando y construyendo la vida que desean.
En Colombia, muchas mujeres no logran acceder al mundo laboral porque gran parte de su vida la dedican al cuidado de otros. Según el DANE, ellas realizan más del 75 % del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado del país. Al llegar a la vejez, enfrentan el abandono y la precariedad, sin pensión ni redes de apoyo, a pesar de haber sostenido durante décadas la vida de los demás. Estas dinámicas son una forma de violencia de género estructural que se hereda y normaliza. Las mujeres mayores que siguen cuidando, como Amelia, forman parte de un grupo históricamente invisibilizado. Aunque los estudios sobre envejecimiento rara vez se detienen en sus experiencias, investigaciones en Colombia y América Latina advierten sobre la sobrecarga, el aislamiento y el deterioro en su salud física y emocional. Reconocerlas es clave para pensar el cuidado desde una perspectiva intergeneracional y de justicia social.