Fuego abierto | POY Latam

El 27 de agosto de 2019, leí en BBC News Brasil: «El 10 de agosto puede clasificarse como un momento clave en la historia reciente de la Amazonia. Ya se lo conoce como el ‘Día del Fuego’, cuando productores rurales de la región norte de Brasil [ubicada en la Amazonía brasileña] habrían iniciado un movimiento organizado para incendiar áreas de la mayor selva tropical del mundo. El Procurador General de la República dijo que había indicios de una «acción orquestada» para incendiar varias áreas forestales. […] La primera noticia al respecto fue publicada el 5 de agosto por el diario Folha do Progresso, de la ciudad de Novo Progresso, estado de Pará. El artículo informaba de una conversación con un importante productor de la ciudad que prometió promover incendios forestales el día 10. Los datos satelitales del Instituto Nacional Brasileño de Investigaciones Espaciales muestran que, a partir del 10 de agosto, hubo un aumento significativo de incendios en áreas forestales. Este aumento se produjo principalmente en las reservas forestales de los municipios de Novo Progresso, Altamira y São Félix do Xingu. El día 10, Novo Progresso presentaba 124 registros de incendios activos, un aumento del 300% respecto al día anterior». [fin de la cita] Pocos días después del «Día del Fuego», el humo negro llegó a São Paulo, a más de 1200 millas de distancia de donde se había producido el incendio, y el día se convirtió en noche en la mayor ciudad de las Américas.

En 2020, el Pantanal, una de las regiones de megadiversidad del planeta y la mayor llanura inundable del mundo, vivió una temporada de incendios sin precedentes, en la que un tercio de su superficie se convirtió en cenizas y al menos 17 millones de animales murieron calcinados. En una dimensión geográfica y temporal, fue como si más de la mitad de Suiza hubiera ardido en sólo nueve meses. Ese año, más del 90% de los incendios fueron provocados por la acción humana y el aire extremadamente seco, el fuerte viento, las dificultades logísticas, la negligencia y la consiguiente falta de equipos, agua y personal crearon un infierno, en el que unos pocos bomberos, veterinarios y biólogos hicieron esfuerzos sobrehumanos y un sinfín de animales se encontraron atrapados, muchos sucumbiendo a las llamas. Los animales y los equipos de rescate fueron testigos y víctimas de un ecocidio. En las fotografías y vídeos producidos in situ, la línea de fuego y el humo eran tan extensos que parecía imposible extinguirlos; los animales morían o se llegaba a ellos demasiado tarde, ya carbonizados. Eran imágenes difíciles de mirar sin aterrorizarse. A pesar del horror que se divulgaba diariamente en todos los medios de comunicación nacionales e internacionales y de los análisis que señalaban las causas, y su prevención, el escenario de la región del Pantanal consiguió repetirse de forma aún más cruel en el año siguiente de 2021.

Cuando terminaba el trabajo de campo y revelaba los rollos de película, pasaba al siguiente paso, que era quemar las películas, las películas que yo mismo había fotografiado. A pesar de haber planificado bien este paso, seguía aplazando el momento de la quema, como quien aplaza un crimen que va a cometer. Intentaba posponer el dolor. El dolor de la agresión, el dolor de la irreversibilidad. El dolor de la imposibilidad de volver a visitar aquel paisaje en aquella visión única de su existencia. El dolor de violar esos lugares de belleza y enseñanzas. Después de la quema, quedaría algo mutilado y de una forma que aún no podría conocer, ya que el fuego es un arma poderosa, un arma que no se puede controlar completamente. Entonces, recordé los incendios del Pantanal, de la Amazonia y de la sabana brasileña, recordé que este trabajo mío proponía emular esos actos violentos que involucraban el fuego, utilizando el mismo elemento para este fin, y así recordarlos simbólicamente, ya que las violaciones que no son recordadas por la sociedad tienden a no ser combatidas y, consecuentemente, a repetirse en el futuro. Al final, el crimen que me propuse cometer tuvo lugar: conteniendo la respiración encendí la cerilla y acerqué el fotograma a la llama. El paisaje ardió y se deformó. Recordé todos aquellos incendios. Una vez más, me indigné. Sentí el dolor.

La casa de oración del pueblo indígena Guaraní Kaiowá fue criminalmente incendiada este sábado, 2 de octubre, en la comunidad de Tekoha Guapo’y, ubicada en el municipio de Amambai, en el estado de Mato Grosso do Sul. Elizeu Guarani, coordinador ejecutivo del Consejo de los Pueblos Indígenas de Brasil y de la Asamblea General de los pueblos Kaiowá y Guaraní, declara: Estamos tristes porque es nuestro templo sagrado. Con mucho sacrificio lo construimos y ahora, en un abrir y cerrar de ojos, lo han quemado». » Consejo de los Pueblos Indígenas de Brasil, 3 de octubre de 2021, en una red social.

Durante la quema de la película fotográfica me di cuenta de que mi huella dactilar permanecía en la emulsión fundida, fundiéndose con ella la identidad del autor. Eso me recordó a la fotoperiodista Nina Berman, durante una profunda conversación que ambos mantuvimos sobre narrativas visuales que relatan temas de violencia, injusticia y violaciones de los Derechos Humanos y de la Naturaleza. Ella dijo: «Hay que mostrar al perpetrador y no sólo a sus víctimas».

El negro de la noche llenaba el espacio infinito de la laguna y la densa selva tropical que la rodeaba. En realidad, era una oscuridad casi total, ya que el cielo estrellado se duplicaba en el espejo de agua oscura de la Laguna Nueva, mezclando el brillo de las estrellas de arriba con el de las escamas de los peces de abajo. El silencio era también un casi silencio, ya que compartía su espacio con el sonido de los animales que dormían y los que no. El olor húmico y la niebla blanca se evaporaban del agua y se expandían en la oscuridad casi total. Junto con la noche, el barco fluyó hacia el olor y la niebla. Nos detuvimos allí, sobre el agua, a la espera del momento trascendental que estaba a punto de producirse. Nos quedamos allí, quietos, respirando en comunión con los que dormían y los que no. En un momento dado, vimos la silueta de una montaña tomar forma en el infinito. Y luego otra. Y la alquimia del sol transmutó el negro casi absoluto en azul y luego en rojo. La niebla absorbió para sí el rubor celeste y lo esparció por toda la Laguna Nueva. El agua que se evaporaba y sus lirios flotantes se tiñeron de un misterioso y etéreo carmesí. Todo esto sucedió en una pequeña fracción de tiempo y casi en silencio. No hubo aplausos. Mientras el barco regresaba a la base, nosotros, que acabábamos de presenciar lo sublime, pensamos: – «Este espectáculo ocurre todos los días al amanecer en la Laguna Nueva». – «Y casi nadie lo ve…».

¿Cuál es el futuro de nuestros paisajes naturales?
¿Cuál es el futuro de nuestras referencias y memorias colectivas?
El fuego es un arma afilada.

Centrándome en los incendios destructivos que han arrasado recientemente paisajes de todo el planeta, la mayoría de ellos consecuencia del cambio climático, pero en América Latina también resultado de conflictos políticos, en esta serie me apropio de la violencia de este elemento sobre el patrimonio natural y cultural para desvelar el entorno irreconocible que deja a las generaciones futuras. Con FUEGO ABIERTO pretendo fomentar el debate en torno a un tema contemporáneo de relevancia global: es ambiental, social, histórico y político, y urge ser discutido en un marco en el que la sociedad juegue el papel de protagonista y no de espectador.

El trabajo se desarrolla de la siguiente manera: en primer lugar, tomo fotografías de áreas naturales de gran relevancia para la conservación en mi país natal, Brasil, con una cámara analógica de formato medio. Después de revelarlas, quemo sistemáticamente la película fotográfica, reproduciendo en las representaciones la agresión que se ha infligido abiertamente a los paisajes reales. Después de quemarlas, las piezas tridimensionales resultantes se digitalizan y se presentan en yuxtaposición a pies de foto que consisten en noticias sobre incendios ocurridos recientemente en Brasil, así como a reflexiones que tengo durante la realización de la obra, haciéndose eco de la magnitud de la violencia y la destrucción por el fuego a la que nos hemos enfrentado en el Antropoceno en América Latina.