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La pampa azul

El langostino es, por lejos, el marisco más consumido del mundo, seguido por el salmón y el atún enlatado. Según el Servicio Nacional de Pesca Marina, el consumo mundial de langostinos alcanza aproximadamente 4 mil millones de toneladas al año, de las cuales 170 mil toneladas se consumen en España.

En las aguas del Mar Argentino, la pesca industrial del langostino se constituye como una fuente clave de alimento y trabajo. Es una especie de “oro naranja” que, para quienes viven de su explotación, proporciona sueldos tan altos que ni siquiera los petroleros pueden igualar.

Sin embargo, esta próspera industria, que parece no tener límites en la extracción del recurso (algo que los especialistas aún no logran explicar dada su abundancia), trae consecuencias para la salud del mar. La pesca es la actividad extractiva con mayor impacto sobre la biodiversidad de la zona.

En paralelo a su crecimiento, apalancado por la abundancia del langostino, se ha producido la merma de otras especies. Además, gran parte de lo que se pesca no llega a puerto: hay estadísticas que indican que se devuelve al mar diez veces más de lo que se guarda en las bodegas. Miles de toneladas de cáscaras de langostinos son arrojadas al mar, causando todo tipo de consecuencias para el equilibrio de las aguas y los suelos. Mientras tanto, la pesca incidental de esta enorme maquinaria arrasa con especies clave como rayas, tiburones y tortugas.

Todo esto plantea una encrucijada: ¿cómo aprovechar esta oportunidad de ingresos y generación de empleo en un país en crisis, sin profundizar una degradación marítima que lleva décadas?