Mi hija, mi cámara y yo.
Supongo que, en esta difícil situación de convivencia con el encierro, todas las personas hemos intentado hacer aquello que nos proporciona más tranquilidad, actividades que nos puedan dar un poco de sosiego frente al monstruo que hay afuera, y muchas veces también adentro.
Para mí, aparte de la piel y los besos de mi hija, lo que me apacigua, como fotógrafa que soy, es la cámara.
Mi fotografía nació confinada, saqué mi trabajo fuera de mi misma y de mis cuatro paredes para poder convertirme en profesional. El confinamiento ha supuesto desde el punto de vista fotográfico un cómodo volver a los inicios, refugiada en la inseguridad y en la timidez que me definen.
Eso me ha gustado y me ha dado cierta calma. Me ha permitido estar más en el aquí y ahora, protegida de las malas noticias y augurios, proyectándome lo menos posible en lo que pueda venir, templando la angustia. Se puede decir que me he movido compulsivamente como un ratón enjaulado siguiendo con la cámara a mi hija en nuestros afortunados 80 metros de casa. Y ella, acostumbrada desde siempre a ese objeto, ha permitido con mucha comprensión el juego que tiene mamá para no volverse loca.
A ella no le gusta que publique las fotos tristes, a mi no me interesan las alegres… Un juego que hemos tomado con la misma disciplina que descansar, tomar un rayo de sol por la ventana, hacer la tabla de ejercicios o el trabajo de la escuela, o hablar con los familiares y seres queridos.
Cada esquina de la casa, cada actividad rutinaria, cada pequeña emoción y cada insignificante movimiento lo eran todo. Pero esta certeza no ha sido exclusividad del confinamiento o nuestra fotografía, ni se nos ha revelado con esta crisis planetaria a modo de iluminación.
El confinamiento ha tenido por lo menos una cosa buena para mi. El no poder salir a trabajar me ha otorgado la posibilidad de volver a la fotografía como vocación y disfrute: jugar en la intimidad.
Con estas fotos que mi hija y yo hemos hecho, recordaremos aquellas semanas en las que sólo permanecía sentada en el sofá pensando en el dinero, en aquellos días en los que mi hija lidiaba sin saberlo con mi claustrofobia y miedo. Esa temporada en que mis ojos estaban irritados con tanta pantalla, y empezábamos a tener casos cercanos. Ya no queríamosleer más noticias. Nos permitirá recordar esos meses en los que retomé una relación, y cuidamos más las de siempre. Esos días en los que sólo decíamos “paciencia”, en los que todos éramos iguales y transitábamos la misma locura, con mayor o menor privilegio o ventaja. Con mayor o menor suerte. Todas locas en un mundo loco.