BARCELONA, España – Confinada en casa, doy gracias repetidas por haber podido estar al lado de mi madre cuando murió en agosto de 2019 a los 96 años. Agradezco que nada fuera como es ahora, porque ella vivía en una residencia y hoy sería persona de alto riesgo. Pienso en el dolor de quienes mueren solos, de forma violenta o en situaciones de abandono, y no solo durante esta pandemia. Y pienso en el consuelo de una despedida digna para quien se va y para quien se queda, y cuánto ayudan los gestos, las palabras, la música o las imágenes en los rituales de paso.
La muerte de mi madre coincidió con un proyecto colectivo para revitalizar una plaza prácticamente deshabitada en el Burgo de Osma, una localidad soriana en la amplia meseta castellana. Artistas locales pintaron las persianas de los balcones con el sueño de alzarlas luego como si en las casas viviera gente. Mi colaboración consistía en supervisar las propuestas artísticas y, mientras, imaginaba a mi madre como una estrella de la Vía Láctea y sentía que desde allí también me cuidaría. Así fue como me animé a realizar una insospechada y primeriza “obra pictórica.” Assumpta Bassas, amiga y profesora de Bellas Artes, me acogió en el taller de su casa y me ayudó a buscar imágenes inspiradoras, a preparar la madera, a comprar los colores y a plasmar el boceto en la persiana, todo lo cual ya contribuyó a suavizar mi duelo. Otro amigo, José María Cano, pintor y músico, me envió un mensaje que, para mí, traducía el vínculo matrilineal que transmuta la materia que somos: “Tú dejas de ser rama y te conviertes en tronco. Porque ella deja de ser tronco y se convierte en raíz. Y el alcorque… deja de ser tierra y se convierte en cielo.”
El arte de las palabras y las imágenes, además de calmar nuestras penas y conectarnos con lo invisible, nos permite ironizar sobre lo trascendente y lo cotidiano o despertar la conciencia crítica sobre el mundo en que vivimos. Hoy, lejos del mercado, sabemos que cada persona es artista y que la belleza vibra en lo más nimio, en una sombra en la pared, en una nube que pasa… En medio del actual y necesario confinamiento global, sin saber aún cuál será el futuro de los museos y las exposiciones, cuestionar el discurso militarizado de nuestros políticos en relación a la enfermedad es cuestionar el orden de la guerra, la ley del más fuerte, la lucha de todos contra todos… La responsabilidad, la solidaridad colectiva y el apoyo mutuo, del que ya habló el científico naturalista ruso Piotr Kropotkin, reclaman crear un nuevo orden simbólico que se base en la ética de los cuidados, en una maternidad social que respete la tierra y sus diferentes especies, entre las que nos encontramos. Es imprescindible dejar atrás la competitividad exacerbada y descansar de la extenuante aceleración en busca del rendimiento máximo y el beneficio inmediato. Nuestro planeta disfruta de abundancia suficiente y hemos de entender que lo contrario de la pobreza no es la riqueza sino la justicia social.
Con ocasión de este artículo, me propuse configurar una exposición virtual con obras que aportan luz, consuelo y conciencia en estos momentos tan extraños. Janine Antoni, Ghada Amer, Vittore Fossati, Nikos Navridis, Rivane Neuenschwander y el colectivo boliviano Mujeres Creando respondieron inmediata y generosamente a mi llamada. Agradezco su energía solidaria y sus obras hermosas, valientes y regeneradoras. Espero que ahora sea el lector quien sienta cómo se despiertan sus propias resonancias mitológicas, existenciales, estéticas o políticas. La misión de artistas, curadores y receptores activos tiene sentido. Unirnos para crear nuevas formas de belleza, para fortalecer el derecho al sueño y para defender el bienestar colectivo puede ser un bálsamo sanador. Por eso, finalmente, pensé que esta humilde muestra virtual se titularía: “Así también te cuidaré.”
Rosa Martínez
es historiadora de arte y curadora de exposiciones basada en Barcelona, España. En 2005 fue la primera mujer directora de la Bienal
Internacional de Venecia en 110 años de este evento.