It’s the end of the world as we know it…

Carlos Garaicoa. Proyecto Frágil (Beijing), 2014 – 2017 Instalación. Cristal, imanes, Plexiglass, madera. 1532 x 704 x 125 cm. *Vista de instalación en Galleria Continua Beijing, exposición Bestiary, 2017 Fotografía de Oak Taylor-Smith

R.E.M (Document, 1987)

En estos días de confinamiento, de suspensión de actividades, de cancelación de exposiciones, viajes o simples salidas por la ciudad, tenemos la sensación de que el mundo ya no será más el mismo, que nuestras relaciones con los demás ya no serán tampoco las que eran antes. Culpabilizamos al sistema, convencidos de que este nos ha fallado a todos los seres humanos y que, muy a pesar nuestro, no podemos hacer nada al respecto. Con la arrogancia que caracteriza al ser humano, sabemos y afirmamos que la culpa no es nuestra, simplemente decimos que es el fin del mundo tal como lo hemos conocido.


Pero nada más lejano de esa afirmación. Tal vez deberíamos convencernos de que es posible que sea el fin del mundo como nosotros lo hemos concebido y como lo hemos “construido” hasta ahora. Una construcción llena errores, de malas concepciones, de gestos y acciones muy lejanas a una arquitectura estable y armónica.

Carlos Garaicoa. Las raíces del mundo, 2016. Instalación. Mesa de madera, cuchillos, mangos de acero cortados a láser 90 x 50 x 160 cm. Fotografía de Oak Taylor-Smith

Ensimismados en nuestros teléfonos y ordenadores personales, hemos redescubierto un modo muy dinámico de comunicación donde nuestras redes sociales se han visto desbordadas de bromas, videos y propuestas artísticas llenas de ingenio y sentido del humor, donde la imaginación y la circulación de textos didácticos, inteligentes y llenos de recursos de comunicación inmediatos y urgentes (entre otros tantos muy malos), comienzan a ganar terreno en nuestro día a día. Sin poder visitar nuestros estudios y detenidos por otras necesidades personales, hemos comenzado a pensar en un público que ya no está más en las galerías y los museos, y que tiene poco tiempo para consumir nuestros mensajes y proyectos. De pronto, nuestras obras y pensamientos vuelven a llenarse de intimidad, y tienen ante sí mecanismos que antes solo eran usados para comunicarnos por razones prácticas.


Probablemente por primera vez, los artistas hemos sido expulsados de la realidad del mundo exterior y social en el que nos encontramos constantemente, llenos de agendas por cumplir y exposiciones y ferias a las que asistir, y de pronto comenzamos a concebir nuevas formas y vías para expresarnos. Son estas vías -que siempre han estado ahí-, las que nos permiten reconectar con un público que está a la espera de que nosotros actuemos, de que propongamos algo nuevo para ellos, sin mediadores, sin intermediarios culturales ni económicos que limiten y empaqueten nuestra creación y pensamiento. Ellos están a la espera porque no pueden hacer otra cosa, y eso los convierte en un público ideal y ávido.

Carlos Garaicoa Y después ¿qué haremos?, 2017 Madera y resina de cristal. Medidas variables. Vista de instalación en Galleria Continua Beijing, exposición Bestiary, 2017


Quisiera creer que después de este momento de crisis, comenzaremos a construir ese mundo ideal donde el artista es devuelto al lenguaje, a su uso sincero y comprometido, con un receptor curioso y necesitado de reflexionar, de compartir sus dolores y dudas, de reír, de entretenerse y pasar las próximas horas con fuerzas y buen ánimo. Quiero pensar en la libre circulación de ese pensamiento creativo como un flujo nuevo, lleno de esperanzas y encuentros sociales de todo tipo, sin impedimentos físicos, practicando una ecología de medios, y una ecología económica donde hacer arte no sea solo un producto de consumo y un bien a poseer y atesorar por unos pocos, sino más bien un modo sano y efectivo de compartir nuestra esencia creativa y curativa.


Tal vez esta sea la mayor enseñanza de estos días pasados y de estas semanas por venir.


Una regresión a la comunidad del saber donde este conocimiento es participativo, abierto y desprejuiciado. Una regresión a una nueva ágora y polis griega, donde el arte funge como una herramienta más, que además es consciente de sus limitaciones y de su estado de gracia al ser expuesto y disponible a todos.


Ya los museos son virtuales, nadie tiene que pagar entradas. En las escuelas online los niños se desestresan en casa y no tiene que soportar a sus profesores y viceversa. Las ferias y galerías de arte funcionan virtualmente, el arte está a la distancia de un bitcoin y nuestras obras podrían pasar de nuestros teléfonos, ordenadores y libretas, a ser impresas y colgadas en las paredes de las casas o reproducidas en los televisores inteligentes y con tecnología avanzada que muchos poseen.

Carlos Garaicoa. Y después ¿qué haremos?, 2017 Madera y resina de cristal Medidas variables. *Detalle. Fotografía de Oak Taylor-Smith


En este mundo ideal los artistas y creadores de saber seríamos pagados solo por poner en circulación nuestras obras y los contenidos de nuestro conocimiento.


Pero volviendo a la realidad, los nuevos canales comunicativos impuestos en estos momentos prevalecerán por fuerza, bien usados serán las nuevas herramientas donde construiremos un mundo más ecológico e inteligente, que será el fin del mundo como lo hemos conocido hasta ahora, para ser sustituido por un mundo más plural y abierto, más democrático y participativo… Un mundo ideal pactado por la “interacción” ciudadana, la ecología económica y la entrega de políticas sociales que beneficien la creación artística y la circulación del conocimiento y el saber. Un pacto tácito para el desarrollo de éstas como necesidades urgentes y esenciales, donde tomen su responsabilidad los poderes y los gobiernos de turno.

Exposiciones de Carlos Garaicoa en Galería Continua