Bienvenidos a Cracolândia
«¡Cracolândia está jodida! Tiene sus reglas y no se puede vacilar, pero es como un quilombo, una pequeña comunidad, hay lugar para todos». Por casualidad o por destino, ese es el consejo que recibí de un chico cuando empecé a visitar regularmente la región de Cracolândia, hace dos años.
A lo largo de los años el territorio, que ocupa una manzana junto a la estación de ferrocarril, en el distrito de Luz, en el centro de São Paulo, ha sido asociado con denominaciones despreciativas. En la década de los 50’s era conocido como el «cuadrilátero del pecado», debido a la fuerte concentración de prostitutas que tenía. Entre 1960 y 1970 se le llamó «boca de basura», porque contaba con pequeñas salas de cine independiente brasileño, que exhibían películas pornográficas.
No fue hasta 1990 que la región recibió el nombre con el que se conoce hoy. Cracolândia viene a significar «tierra del crack», debido al tráfico y al consumo exacerbado de drogas de la zona.
Cuando la propagación del Coronavirus aumentó en São Paulo, decidí seguir de cerca el impacto de la pandemia en uno de los lugares más marginados de Brasil. Así fue como empecé a retratar a la gente de allí y a escuchar sus historias.
Lo que pude observar es que el escenario, incluso ante un brote de virus, ha cambiado poco. La intervención de las autoridades, antes y durante la pandemia, es la mismo, casi inexistente.
La ausencia de programas continuos de políticas públicas agrava la situación. Las calles de la zona están invadidas por la venta y el consumo de sustancias, semejante a una feria llena de puestos, y casi nadie lleva mascarilla.
Estructurado por la gestión anterior, el programa Braços Abertos ofreció, durante tres años, la posibilidad de alojamiento, alimentación y empleo a los llamados trabajadores químicos. A pesar de algunas contradicciones, el proyecto proporcionó dignidad a muchas personas que vivían en estado de vulnerabilidad.
Sin embargo, después de este período, un cambio político puso fin al programa. Admisiones coercitivas de usuarios en clínicas de desintoxicación fueron acompañadas por operaciones policiales masivas. Esto fue urdido con el objetivo de crear un proyecto de ‘reconstrucción urbana’ que valorara el saneamiento y el ‘aburguesamiento’ del territorio.
En los últimos años, la lucha contra las drogas se ha convertido en una excusa para demoler los barrios marginados y construir nuevos edificios, buscando ganancias para las grandes empresas constructoras y reemplazando a los residentes pobres por gente de clase alta.
El número de contagios en Brasil, especialmente en São Paulo, aumenta diariamente. Incluso en un escenario de pandemia, el gobierno de la ciudad continuó con su ideal de revitalización urbana: mantuvo cerrada la única estructura que ofrecía recursos básicos para la higiene personal de los usuarios, y solicitó autorización a la justicia para cerrar las pensiones de la región, desalojando a las familias que vivían en el barrio.
En el flujo de tráfico y consumo no existe el distanciamiento social, mascarillas o gel desinfectante. Sin embargo, hay pocos casos de personas con síntomas de contagio. Los casos que realmente han resultado positivos pueden ser contados con los dedos de una mano.
Algunas personas se preguntan cómo una población tan expuesta aún no ha sido diezmada. La gente de la zona bromea irónicamente con que es el humo lo que mantiene alejado al virus.
Con más de 700 drogadictos circulando en las calles día y noche, y a pesar de tener un historial complicado, Cracolândia no es un lugar sin esperanza. La solidaridad existe a través de la sociedad civil y de organizaciones que mantienen alianzas con el gobierno municipal. La ayuda llega en forma de canastas de alimentos básicos. Además de la distribución de alimentos y mantas, se reciben palabras de consuelo.
Entre foto y foto me acerqué a muchos usuarios. Cada trayecto es único, y la dependencia del crack y el alcohol, devastadora, pero las razones detrás de estas condiciones van más allá de la adicción; reposan en la desigualdad, el desempleo y la falta de accionar del poder público para ayudar a las personas a recuperarse.
Para quienes pueden verla desde fuera, la imagen de Cracolândia se resume en el tráfico y el consumo. Aquellos que amplían su percepción desde un enfoque interior, pueden ver su complejidad y sus matices.
Nunca volví a ver al chico que me aconsejó a mi llegada, pero no olvidaré sus palabras. Algunos ven a Cracolândia como un escenario de violencia, pero, paradójicamente, para muchos es, quizás, la única opción de refugio.