Entre nuestras preocupaciones, un canto a la vida

El fotógrafo Tino Soriano llegó a Nueva York en el noveno día de declarada la pandemia, y los informativos anunciaban que había un segundo caso de coronavirus en la ciudad. Muy pocas personas se protegían. La gente viajaba ajena a una pandemia que ya estaba haciendo estragos en varios paises del mundo como si Estados Unidos pudiera mantenerse ajeno a la amenaza que se cernía. Cuando Tino se fue, seis días más tarde, el número de infectados había ascendido dramáticamente y enseguida se suspendieron los vuelos con Europa.

Texto de María Luisa Ortega Hernández, fotografía de Tino Soriano

CHICAGO — “Where did you get that?” Que dónde había encontrado eso, me preguntaba un señor hispanohablante en inglés, refiriéndose a la docena de huevos en mi carrito de compra. En Estados Unidos, pregunta impensable. No habrían pasado ni diez días desde que había estado en ese supermercado, surtido entonces de las innumerables marcas, categorías y subcategorías de productos que conforman el largo paisaje de la economía alimentaria en el país de la abundancia.

Cual “Lazarilla de Tormes”, sentí desde mis adentros el golpe de un mundo que se acababa de romper y —aturdida la cabeza con la marea del flashback de una guerra civil que imponía el estado de sitio, la despensa de mi casa alimentándose poco a poco para un destino incierto—, reviví momentos ciegos de una vida cortada que había quedado atrás, tras muchos ríos, en el propio centro de las Américas.

Tuve que detenerme. Respirar. Hacer conciencia de mi presente. Desde lejos, observé la polvareda: el ir y venir de la gente en estado de alerta, las mascarillas que ya llevaban algunas personas, el desorden que se alzaba como el zumbido de una colmena amenazada que dejaba a su paso túnicas desnudas de cebollas, huevos rotos, bolsas abiertas y tantos otros testigos de una nueva angustia que tenía como nombre siglas y fecha.

En Chicago, era el 13 de marzo del 2020. Empecé a tomar fotos que documentaran mi incredulidad: ni un solo jabón de manos, gel desinfectante, papel higiénico; aferrados en el vacío, los anaqueles descubrían el frío abandono de sus restos. Despertaba yo en mi vecindario a la crisis de la pandemia COVID-19.  

Y, mientras caían las cenizas y el furor de la erupción corría lejos, escuché las palabras de Yoani Sánchez, que acabábamos de traducir en clase:

Me preocupa ese viejito […] Me preocupan las amigas junto a las que crecí […] Esa gente que se lanza a las afueras de las carnicerías nada más llegar el pollo del mercado racionado, pues si no lo compran ese mismo día su familia no se lo perdonará. (26 nov 2012, Blog Generación Y, Cuba)

Quién nos iba a decir a mis alumnas/os y a mí que pronto entenderíamos el significado de “mercado racionado” y que esas preocupaciones también serían las nuestras.

Las imágenes de ese día se repiten cada dos semanas desde la entrada del supermercado, donde a las seis de la mañana ya hay “gente que se lanza” para buscar una docena de huevos que no estén rotos y que así nadie tenga que preguntarle a la persona con la última docena que dónde había encontrado eso.

Desde que me planteé esta reflexión, sabía que traduciría el poema del franciscano irlandés Richard Hendrick, “Lockdown”. En lo que no había reparado es que el poema salía a la luz el mismo día en que la oscuridad de la tolvanera se hacía en Chicago.

Que nuestra voz sea un “Himno a la alegría”, y que el sol salga.

Confinamiento

Sí hay miedo.
Sí hay aislamiento.
Sí hay compras desmedidas motivadas por el pánico.
Sí hay enfermedad.
Sí hay incluso muerte.
Pero
dicen que en Wuhan después de tantos años de ruido
se puede oír el trinar de los pájaros de nuevo.
Dicen que después de solo unas semanas de sosiego
no está de vapores tóxicos tan denso
sino azul y claro y gris el cielo.
Dicen que en las calles de Asís
las personas se cantan unas a otras
a través de las plazas vacías,
con las ventanas siempre abiertas, sus celosías,
para que quienes estén solas, solos sin compañía
puedan oír de cerca los sonidos de la familia, su feliz algarabía.
Dicen que en un hotel de la zona occidental de Irlanda
se prepara comida que no se cobra, que se lleva a domicilio
a las personas confinadas en casa que no pueden salir de su sitio.
Una joven que conozco
está ocupada hoy repartiendo volantes con su número
por todo el vecindario
para que las personas mayores del barrio tengan a quien llamar.
Hoy las iglesias, sinagogas, mezquitas y templos
se preparan para acoger a quienes lleguen con cargas, agobios o enfermedad
y albergar a quienes estén sin hogar.
Ahora en todo el mundo la gente aminora la marcha y reflexiona
Ahora en todo el mundo la gente a sus vecinas, a sus vecinos mira de otra forma
Ahora en todo el mundo la gente despierta a una nueva realidad
de cuán grandes somos realmente,
de cuán poco control tenemos claramente,
de lo que importa verdaderamente,
del Amor.
Así que rezamos y recordamos que
sí hay miedo,
pero no tiene que haber odio.
Sí hay aislamiento,
pero no tiene que haber soledad.
Sí hay compras desmedidas motivadas por el pánico,
pero no tiene que haber maldad.
Sí hay enfermedad,
pero no tiene que haber padecimiento del alma.
Sí hay incluso muerte,
pero un renacimiento del amor puede haber siempre.
Despierta a las decisiones que tomes sobre cómo vivir el presente.
Hoy, respira.
Tras los ruidos de fábrica de tu pánico, escucha:
los pájaros están cantando,
el cielo se está despejando,
la primavera ya viene
y el Amor nos habita, nos abraza siempre.
Abre las ventanas del alma
y aunque no te sea posible
tocar ni a nadie estrechar,
a través de la plaza vacía,
canta.

© “Lockdown”, 13 marzo 2020, Richard Hendrick, O. F. M. Cap.

© “Confinamiento”, 20 abril 2020, traducido con permiso del autor por María Luisa Ortega Hernández, Ph. D.