La cuarentena es como la maternidad

Auto retrato junto a mi hijo durante los primeros rayos de sol de la mañana. Esta es la primera fotografía que hice desde que empezó la cuarentena.

SANTIAGO, Chile — Hace treinta años yacía yo en el pecho de mi madre en un eterno vaivén envuelta entre sus brazos. Hoy, después de tres décadas, he vuelto al vientre materno. La vida nos ha regalado una pausa sin prisa, sin presión y sin excusas. Son 55 los días que llevamos encerradas en un espacio confinado. Hoy el mundo está parado y en esta casa estamos mi madre, mi hijo Ikal y yo: tres generaciones en un mismo sitio.

Siento que la cuarentena es un poco como la maternidad: miles de emociones de soledad, aislamiento, preguntas sin respuestas, ansiedad, reflexiones, ilusiones. Estas emociones no tienen un matiz ni negativo ni positivo… simplemente son nuevas.

Mi madre y yo usando máscaras faciales durante un día cualquiera de cuarentena. Estas máscaras las compré hace 1 año atrás para su cumpleaños, como excusa para pasar un tiempo juntas. Nunca las usamos, ya que seguramente no alcanzó el tiempo entre tantos otros compromisos.


Mi madre y yo con máscaras faciales durante un día cualquiera de cuarentena. Estas máscaras las compré hace un año atrás para su cumpleaños, como excusa para pasar un tiempo juntas. Nunca las usamos, ya que seguramente no alcanzó el tiempo entre tantos otros compromisos.

Ahora estoy acompañada de mi madre. Juntas hacemos el ejercicio cotidiano de acompañarnos, guiarnos y cuidarnos. Retratar mi maternidad durante este periodo de tiempo sin tiempo, me ha llevado también a sanar a mi madre. Es un círculo sin fin: ella es el comienzo de mi propia maternidad. Estamos compartiendo unas experiencias que jamás habríamos vivido juntas.

Mi madre y mi hijo en la ducha durante la mañana del día 14 de cuarentena.

Al inicio, la consigna era que no nos podíamos tocar, solo nos podíamos sentir. Pero a los catorce días de encierro y aislamiento social dejé que mi madre abrazara con fuerza y se duchara con mi hijo.

En nuestro mundo de tres hay días buenos y días que no lo son. Hay momentos en que me inunda la ansiedad, la incertidumbre y la desesperación. Hay momentos en que sueño despierta con mundos extraños y, cuando llega la noche, no puedo conciliar el sueño. Y a veces me sumerjo en un mundo de historias fantásticas como las que le cuento a mi hijo. Me quedo ahí por unos momentos disfrutando de una realidad paralela, como una especie de refugio para mi mente loca.

Las estrías de mi madre junto a las mías como símbolo de orgullo, recordando el poder que adquirimos al parir.
Mi hijo recorre los pasillos de la casa gateando y descubriendo.
Auto retrato sumergida en el agua. La tina es el único lugar de la casa que puedo disfrutar el silencio.
Auto retrato junto a mi hijo disfrutando el sol de la tarde que entra por la ventana de la habitación.
Auto retrato de mi hijo y yo jugando en una carpa hechiza con sábanas viejas, una lámpara de sal y algunos juguetes.
Auto retrato de nuestra primera salida al mundo exterior en 30 días, después de un mes completo de total aislamiento social.