México surrealista

Irene, una maestra de francés, solo sale de su casa para ir al supermercado.

Al principio de la cuarentena me sentía aterrada. Desde la Ciudad de México, donde vivo actualmente, seguía con atención las noticias de mi país natal, Bélgica. En Bélgica, todo se catapultó a niveles alarmantes en poco tiempo: muertos, contagios… mis amigos me hablaron para saber si estaba bien.

En Amberes, donde nací, mis padres estaban encerrados. Tenían prohibido salir, así que una vecina les dejaba la comida afuera de su casa. Me parecía una situación surrealista. En México aún había la esperanza de poder controlar la situación si la gente se quedaba en casa y se cuidaba. Mucha información y mucha desinformación, además de teorías de la conspiración que hacían que mi cabeza diera vueltas.

Después de esos momentos de pánico decidí hacer lo que me gusta: salir y tomar fotos. En realidad, me inquietaba no poder hacer reportajes, así que empecé por dar caminatas en mi barrio y hacia el Centro Histórico los domingos en la mañana para documentar las calles vacías. Luego contacté a amigos cercanos para documentar su vida en el confinamiento y, sobre todo, para tener algún contacto social en ese tiempo en el que todo estaba prohibido.

Mientras el resto del mundo se está despertando otra vez de un mal sueño, México actualmente es uno de los nuevos epicentros de COVID-19 en América Latina.

En la noche escucho las fiestas, los sonidos, la música y las voces de gente en reuniones. Parece que muchos aún no entienden la gravedad de la situación y siguen pensando que todo fue un invento del gobierno.