Mi hija, mi cámara y yo.

Supongo que, en esta difícil situación de convivencia con el encierro, todas las personas hemos intentado hacer aquello que nos proporciona más tranquilidad, actividades que nos puedan dar un poco de sosiego frente al monstruo que hay afuera, y muchas veces también adentro. 

Para mí, aparte de la piel y los besos de mi hija, lo que me apacigua, como fotógrafa que soy, es la cámara. 

Diario del confinamiento. Marzo 2020. Consolando el llanto de Manuela.
Diario del confinamiento. Marzo 2020. Autorretrato con Manuela. Tener un ser amado cerca en una situación de confinamiento es una fortuna. Contar con abrazos, piel, consuelo en los muchos momentos de desasosiego y desesperanza. Tanto manuela como yo necesitamos ese abrazo en muchas ocasiones. Por suerte lo tenemos.

Mi fotografía nació confinada, saqué mi trabajo fuera de mi misma y de mis cuatro paredes para poder convertirme en profesional. El confinamiento ha supuesto desde el punto de vista fotográfico un cómodo volver a los inicios, refugiada en la inseguridad y en la timidez que me definen. 

Eso me ha gustado y me ha dado cierta calma. Me ha permitido estar más en el aquí y ahora, protegida de las malas noticias y augurios, proyectándome lo menos posible en lo que pueda venir, templando la angustia.  Se puede decir que me he movido compulsivamente como un ratón enjaulado siguiendo con la cámara a mi hija en nuestros afortunados 80 metros de casa. Y ella, acostumbrada desde siempre a ese objeto, ha permitido con mucha comprensión el juego que tiene mamá para no volverse loca. 

A ella no le gusta que publique las fotos tristes, a mi no me interesan las alegres… Un juego que hemos tomado con la misma disciplina que descansar, tomar un rayo de sol por la ventana, hacer la tabla de ejercicios o el trabajo de la escuela, o hablar con los familiares y seres queridos. 

Cada esquina de la casa, cada actividad rutinaria, cada pequeña emoción y cada insignificante movimiento lo eran todo. Pero esta certeza no ha sido exclusividad del confinamiento o nuestra fotografía, ni se nos ha revelado con esta crisis planetaria a modo de iluminación.  

El confinamiento ha tenido por lo menos una cosa buena para mi. El no poder salir a trabajar me ha otorgado la posibilidad de volver a la fotografía como vocación y disfrute: jugar en la intimidad.  

Con estas fotos que mi hija y yo hemos hecho, recordaremos aquellas semanas en las que sólo permanecía sentada en el sofá pensando en el dinero, en aquellos días en los que mi hija lidiaba sin saberlo con mi claustrofobia y miedo. Esa temporada en que mis ojos estaban irritados con tanta pantalla, y empezábamos a tener casos cercanos. Ya no queríamosleer más noticias. Nos permitirá recordar esos meses en los que retomé una relación, y cuidamos más las de siempre. Esos días en los que sólo decíamos “paciencia”en los que todos éramos iguales y transitábamos la misma locura, con mayor o menor privilegio o ventaja. Con mayor o menor suerte. Todas locas en un mundo loco. 

Diario del confinamiento. Marzo 2020. Hemos dibujado una pancarta de ánimo entre nosotras para compartirla con el vecindario colgándola en el balcón de Manuela. Nos animamos a hacerla tras una convocatoria masiva a través de las redes.
Diario del confinamiento. Marzo 2020. Tormenta sobre Madrid en los primeros días tras la declaración del Estado de Alarma por la epidemia de coronavirus.
Diario del confinamiento. Marzo 2020. Manuela se asoma por una de las ventanas de casa durante el encierro por coronavirus.
Diario del confinamiento. Marzo 2020. Manuela golpea la tapa de una sartén participando en la cacerolada contra el rey para que devuelva el dinero depositado en paraísos fiscales y lo destinen en Sanidad Pública. Las caceroladas diarias sirven de protesta, homenajes, desahogo, pero también encuentro necesario con los vecinos en un intentar no sentirnos tan solas.
Diario del confinamiento. Marzo 2020. Manuela bajo la ducha. Rituales como el aseo, los deberes o el ejercicio marcan una disciplina fundamental para sobrevivir el encierro, especialmente en los menores. La ducha, además, permite conectarnos con nuestro cuerpo, cuidándolo, apaciguándolo. Es un momento sagrado en la austeridad de experiencias obligada por esta situación.
Diario íntimo de un confinamiento. Madrid, marzo 2020. Autorretrato en ventana y el privilegio de tener cada día unos rayos de sol directo.
Diario del confinamiento. Marzo 2020. Le doy las buenas noches a Manuela entre risas y comentarios. Nos gustaría dormir siempre juntas en la misma cama pero el miedo interiorizado hace que mantengamos algunos límites al contacto. Algunos sólo.
Para mí, aparte de la piel y los besos de mi hija, lo que me apacigua, como fotógrafa que soy, es la cámara. El no poder salir a trabajar me ha otorgado la posibilidad de volver a la fotografía como vocación y disfrute: jugar en la intimidad.
Diario del confinamiento. Marzo 2020. Tomando el sol. Cada día pido a mi hija que tome el sol directo que durante dos horas entra en casa para adquirir la vitamina D.