Ocho historias breves de la pandemia
Desde el inicio de la crisis y especialmente desde que se decretó el estado de alarma en España, tuvimos la certeza de que estábamos viviendo un hecho extraordinario. Así que nos propusimos documentar este momento que cambiaría nuestras vidas.
Tras dos meses observando lo que pasa en el país hemos visto que si algo está haciendo esta pandemia es hacernos pensar en colectivo y no solo como individuos.
Hemos visto a médicos desbordados que, sin tener claro cuánto cobrarán a final de mes o hasta cuando van a llevar este ritmo, siguen trabajando turnos de 12 horas sin parar; vemos a pacientes despidiéndose de sus familiares por videoconferencia; amigos que han perdido a sus padres y a quienes no hemos podido abrazar; residencias en las que han muerto más de la mitad de los ancianos y se ha contagiado todo el personal que les cuidaba; la escasez de material, y la descoordinación entre gobierno y comunidades. Pero también hemos sido testimonios de una ciudadanía que ha trabajado de manera incansable, que ha ayudado a quien lo necesitaba, vecinos más unidos que nunca. Y, claro, mucha vida en los balcones.
Esta esta es una pequeña muestra del trabajo de ocho fotógrafos españoles (Javier Fergo, José Colón, Judith Prat, Olmo Calvo, Manu Brabo, Susana Girón, Anna Surinyach e Isabel Permuy) que tomaron las cámaras en regiones y ciudades distintas para documentar las historias minúsculas de la crisis. Les invitamos a seguirnos a través de nuestra cuenta en instagram.
BARCELONA — Un auxiliar sanitario y un trabajador de Open Arms suben a un domicilio de la calle Avinyon para realizar una prueba a una persona. Los trabajadores humanitarios de la ONG española @proactivaopenarms llevan a cabo pruebas de detección de coronavirus en el hogar de ancianos y en hogares privados en Cataluña, España. La iniciativa es parte de un ensayo clínico dirigido por los médicos Oriol Mitja y Bonaventura Clotet, de la Fundació Lluita contra el SIDA y el Hospital Germans Trias, centrados en reducir la transmisión del virus.
CARIÑENA — Mariano tiene 91 años y vive solo desde que su mujer y su hija fallecieron hace 14 años. Pilar, trabajadora del servicio de ayuda a domicilio de la Comarca Campo de Cariñena, le visita a diario para ayudarle en las tareas de limpieza de la casa y aseo personal. Es el mejor momento del día, dice Mariano, quien se deshace en halagos hacia su cuidadora. Pilar cuenta que Mariano es muy buen cocinero. Él cuenta que aprendió a cocinar cuando iba a trabajar a Francia a la vendimia; siempre fue jornalero del campo. Los dos charlan animadamente mientras, en la televisión, la portavoz del gobierno, informa sobre la crisis sanitaria. Mariano no ha salido a la calle desde que se decretó el estado de alarma y echa de menos leer sus novelas del oeste al sol, en la puerta de casa. La visita diaria de Pilar y las llamadas constantes de su nieta, quien vive en Madrid, son su contacto con el mundo exterior en estos tiempos difíciles.
MADRID — Nunca tuvimos televisión hasta hace un par de meses. Cuando empezó el estado de alarma pensé que había sido una buena casualidad tenerla en este momento, sin embargo, la realidad es que pasan los días y no la encendemos. El ruido que sale de esta ventana al exterior nos perturba, preferimos escuchar a los vecinos o, como mucho, asomarnos de vez en cuando a las redes sociales. Nos gusta tumbarnos en el sofá, cada uno a lo suyo pero juntos. Sin música de fondo, nos basta con escuchar nuestra respiración y sentir las patadas de Iria, quien nos arranca más de una carcajada. Un autorretrato familiar que pronto cambiará y que de momento suelo ver reflejado cada día en la pantalla oscura de la televisión apagada.
OVIEDO — Un grupo de enfermeras observan la intervención de un colega sobre un paciente en la Unidad de Cuidados Intensivos en el Hospital Universitario Central de Asturias.
CASTILLO DE LAS GUARDAS — José, de 84 años, arrastra una fractura de cadera desde hace aproximadamente en mes. Mañana tenía cita para ir al Hospital en Sevilla y revisar el estado de su cadera maltrecha, pero hace ya un par de semanas que le avisaron desde el hospital que esa cita se posponía sin fecha hasta nuevo aviso. Casi todas las consultas médicas del país se han cancelado por la emergencia sanitaria. Al aislamiento provocado por el coronavirus se une además la incertidumbre de la evolución de su fractura. Hay días que el dolor es fuerte y José pide un paracetamol para calmar el malestar y apenas puede dar un par de pasos seguidos. Sus hijos dudan qué hacer: ¿Aguantamos como sea aunque pierda la movilidad o lo llevamos al hospital y le exponemos a un contagio de la COVID-19? No hay certezas de lo que será la mejor elección, pero sus hijos eligen aguantar sin ir al hospital.
BARCELONA — Lorena y Yasmina, dos trabajadores de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Germans Trias i Pujol animan a uno de los pacientes que tienen ingresados por coronavirus. En esta UCI de Catalunya hay frustración, esperanza, trabajo. Hay dolor por pacientes que fallecen. Por enfermos que empeoran y cuyos familiares solo se pueden despedir por videollamada. Por tener a compañeros y compañeras con el virus. Hay alegría por los que salen adelante. Hay miradas de complicidad y de ánimo entre los sanitarios. Hay abrazos furtivos con los buzos antes de entrar en la zona de riesgo. Pero sobre todo hay trabajo, trabajo, trabajo.
MADRID — María Jesús recibe emocionada desde el balcón de su casa de Lavapiés el homenaje de sus vecinos en su cumpleaños 80. Echa de menos a su hermana y a su sobrina, con quienes estaría pasando el día en circunstancias normales pero está contenta de haber hecho nuevos amigos entre los habitantes de las viviendas mas cercanas. Durante el confinamiento pasa su tiempo cocinando, arreglando la casa y coloreando mandalas para distraerse. No se ha perdido ni un solo día los aplausos de las 8 de la tarde a los trabajadores sanitarios y aunque lleva bien la situación desea que todo acabe lo antes posible para poder celebrar la vida con sus seres más queridos.