Una siesta eterna
CORRIENTES, Argentina – El virus dejó de ser una amenaza de otro mundo y de un día para otro se instaló en la cotidianidad de Corrientes, en el noreste de Argentina.
El aislamiento social, preventivo y obligatorio, establecido por el Gobierno Nacional, obligó a permanecer en sus hogares a quienes no cumplían servicios esenciales.
Nosotros dejamos de asistir al trabajo, los niños a la escuela y los jóvenes a la universidad.
Las salidas se destinaron sólo al aprovisionamiento de alimentos y medicinas, o al cuidado de ancianos aislados. Internet se volvió tan necesario como el aire, viciado de irrealidad.
Somos un grupo de fotógrafos y decidimos que debíamos documentar lo que nos sucedía.
Exceso de pantallas y ofertas digitales alargaron las interminables horas.
La noche se demora en las mañanas, y estas arrancan tarde, también rezagadas.
Nos convertimos en analistas de la ansiedad; en gurúes gestores de las energías del cuerpo; en psicólogos sin matrícula para tratar los desenfrenos; en malabaristas para pensar nuevos ingresos económicos.
Nunca valoramos tanto la luz en la ventana o los pájaros en la calle, cuyo canto aprendimos a distinguir en una ciudad sin tránsito.
La vida distribuida en macetas adquirió una dimensión inesperada.
Las caricias se manifiestan en forma de mensajes digitales y alivian el tedio, la tensión.
Estamos inmersos en una siesta eterna de la que queremos despertar.