Corazón y estuario

© Pablo Corral Vega, Olmedo

En cada extremidad de tu cuerpo hay un árbol

y en el centro, otro se hunde de sangre

corazón y estuario.

Ritmos de fuga y bloqueo.

El líquido se vierte en la cavidad

henchida se contrae, aprieta el fluido.

Sístole, esa tensión ante el misterio.

Agua dulce del río se derrama

en el bajo mar.

Senda inexorable como las horas

o la pulsión del salmón al desovar.

Las válvulas se abren

y por los cilios el caudal transcurre.

Dilatación para la insurgencia del agua

llena otra cámara, diástole.

La luna se sumerge

y la pleamar embiste al río.

Más ligera el agua dulce

sube a la superficie.

Denso el cuerpo salado fricciona el fondo.

Sinuosas y veloces las aguas se mezclan

la frontera se expande, resiste, cede.

                    Asciende una columna turbia

y detenida un instante por el viento

mira las orillas y cae.

Los delicados dedos cierran la entrada

se pliegan

la corriente sanguínea no retrocede

y el pasado es un latido nuevo.

Fluye por superficies elásticas

olas contra olas e islas de tejidos.

No temas

hunde tu rostro en el prisma líquido.

Híbrido, salobre el torrente

ha depositado en el lecho

el lodo más fértil

y también desechos.

El estuario transpira,

Ven, acerca tu oído.

Alternancias constantes

debajo del pulso

de un animal de agua.

El viaje es un búmeran

curva las horas

y regresa al inicio con materia reciente

al igual que el destino de las palabras.