Los sobrevivientes ambulaban amordazados

Ilustración de Ofra Grinfeder

No veían

cuando incendiaban los árboles

y desterraban el agua.

Cientos, miles de hombres, caían

comidos

             por lo que no miraban.

Los sobrevivientes

ambulaban amordazados

no se tocaban

dejaron de hacer el amor

de llamarse

el hermano olvidó a la hermana.

Sólo oían los latidos del gusano

se miraban con miles de ojos

como las moscas,

se suicidaban entre todos

como las ratas,

unidas por la cola

                 y sin dar la cara.

Mientras, los difuntos

se hacían humo en las calles

y sombra

             los humanos

                           en sus casas.

Los salvó la soledad.

Ese fue el primer aviso.

Y no lo escucharon.

La epidemia final

                   fue de silencio.

Para entonces

el tigre, el escarabajo, las ballenas y los pájaros,

todas las especies

se habían extinguido.

Tarde,

demasiado tarde

el hombre

       reconoció a su alimaña.

Y no pudo perdonarse.

Fue el último en irse.

                         Plegó su caparazón

                         agitó las alas

                                              y con un silbido

                                              finísimo

                                             desapareció en el mañana.