Los sobrevivientes ambulaban amordazados
No veían
cuando incendiaban los árboles
y desterraban el agua.
Cientos, miles de hombres, caían
comidos
por lo que no miraban.
Los sobrevivientes
ambulaban amordazados
no se tocaban
dejaron de hacer el amor
de llamarse
el hermano olvidó a la hermana.
Sólo oían los latidos del gusano
se miraban con miles de ojos
como las moscas,
se suicidaban entre todos
como las ratas,
unidas por la cola
y sin dar la cara.
Mientras, los difuntos
se hacían humo en las calles
y sombra
los humanos
en sus casas.
Los salvó la soledad.
Ese fue el primer aviso.
Y no lo escucharon.
La epidemia final
fue de silencio.
Para entonces
el tigre, el escarabajo, las ballenas y los pájaros,
todas las especies
se habían extinguido.
Tarde,
demasiado tarde
el hombre
reconoció a su alimaña.
Y no pudo perdonarse.
Fue el último en irse.
Plegó su caparazón
agitó las alas
y con un silbido
finísimo
desapareció en el mañana.