Alguien dice que el hombre es el virus de nuestra sociedad
Entreabrir la puerta de la casa es enfrentar el aire de los otros, la posibilidad de un estornudo, una mano extendida que no huele a jabón y, sobre todo, darnos cuenta de lo solos que estamos. Cada cual su escafandra, su máscara cordial, pero distante. Nos vemos con total desconfianza y decimos, tal vez, “cuídate mucho”, antes de echar la llave. Cerramos las cortinas y dejamos que pase un poco de la luz de la tarde en la pecera en la que nos quedamos unos días. Por si soltaron polvo, tomamos el gel desinfectante y frotamos incluso ese silencio que nada bocarriba. Abajo, como musgo, crece el miedo.
Para sentirnos vivos revisamos las cifras de contagios, lo cerca que parecen, y miramos en redes si alguien ya pescó la infección. A todos los contactos les compartimos memes, al arpón de la risa, la caña y el anzuelo de ese mundo aleatorio que nos muestra internet. Entonces damos gracias porque tenemos gas, comida por encargo y rollos, muchos rollos de ese papel higiénico tan suave y que huele a lavanda.
Como somos poetas, nos mandamos videos y recomendaciones de lecturas. Alguien nos lee en Galicia y yo los leo en mi casa: esta fraternidad es importante, no importa si gastamos papel para imprimir esa emoción reciente. Si acaso se extendiera el aislamiento, tiramos unos poemas, los que ya no nos gusten, y escribiremos otros. Que no se nos olvide agradecer a quien recoge a diario la basura, porque luego nos dicen insensibles.
¿Qué papel toma ese otro, con una mascarilla improvisada, a quien veo detrás de la ventana, exponiéndose a todo ese papel que ya perdió lo higiénico? ¿Sabrá que hay un poema que tose y lo contagia, y cuyo dueño se ha lavado las manos de otras obligaciones que no sean literarias?
Un libro abre sus valvas y descubro una perla: alguien dice que el hombre es el virus de nuestra sociedad
y sobrevive a todo. Se pone la corona y exige su dominio sobre los elementos naturales. Recibo la descarga de una anguila. Me asfixia la lectura artificial, la vida con sus guantes y cuidados intensivos, la gente como yo: un tiburón pequeño y carroñero. No me siento mejor, pero algo cambia: respiro diferente porque ya piso tierra.
Por eso te lo cuento: el camión recolector de la basura dejó caer un poema igual que cae el agua de una pecera que se va rebasando con el llanto de muchos. Ese hombre está en la calle para que yo esté seguro, encerrado en mi casa, cuidando de mis peces.
Me quito la escafandra y veo este pensamiento flotar sobre mi casa: si no alcanza el amor para todos los hombres, si no alcanza el papel, ojalá nos alcance este virus que nos hace egoístas y tan ciegos. Nos alcance a cambiar.
El agua de mi casa puede borrar cualquier poema que haya escrito estos días. Lo digo convencido. Puede empezar con éste que escribo con jabón y gel desinfectante entre los dedos. Que deshaga mi miedo a mirar el papel que juega el verdadero poeta: el hombre que nos cuida.