Los largos días
Anhelo la infancia y la risa de los otros para olvidar mis deberes de adulto. Me gusta contemplar las vidas ajenas, me gusta observar.
Anhelo la infancia y la risa de los otros para olvidar mis deberes de adulto. Me gusta contemplar las vidas ajenas, me gusta observar.
Señor, la casa se ha vuelto cuerpo,
y el cuerpo es ahora extraña compañía,
país para hibernar
Porque este entramado se teje de abrazos, mimos, olores, roces, charlas, mascotas, sueños, juegos, barrios; se teje con la tierra y sus ciclos, con los tiempos muertos, que paradójicamente son los más vivos.
Me ha pedido que hagamos el pacto de no tocarnos. Al principio, me costó, pero no hay nada que un niño no pueda comprender, así que ahora nos acariciamos solo con la mirada.
Ellos no tienen hogar y duermen en la calle o en casas ocupadas en Barcelona. La crisis del coronavirus ha empeorado su precaria situación.
Los cuerpos se perdieron en pantallas seguras e higiénicas que evitan los cuerpos: todo es descorporizado e higienizado.
Tomamos las cámaras y salimos a la calle o recurrimos a la vida doméstica para registrar lo que pasa en nuestra parte del mundo.
Una nueva mirada a mi mundo, mi casa, mi esposa, mi familia, mis libros, mis mascotas, mi vida es lo que se retrata en estas imágenes que buscan ser autorretratos de agradecimiento, de compromiso y de buenos deseos para el mundo.
Hay miles de emociones de soledad, aislamiento, preguntas sin respuestas, ansiedad, reflexiones, ilusiones.
Este aislamiento social nos dio la posibilidad de crear y convivir con todo lo que tenemos cerca.